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Una fuerte tos sacudió al hombre echado en el suelo de piedra de la cárcel. Gruñendo, abrió los ojos. La celda estaba oscura, y sus pies estaban sujetos con grillos y cadenas. Lentamente, se sentó, tratando de moverse con cuidado para no reabrir las heridas sangrantes que surcaban su espalda.
“¡Silas, amigo mío!”
Al escuchar las palabras de su amigo y compañero Pablo, Silas recordó los eventos que le habían conducido a esta oscura y húmeda celda en la prisión. Hacía ya varios días que estaban en la ciudad de Filipos cuando Pablo echó fuera un demonio de una joven esclava cuyos dueños la usaban como adivina de la fortuna, con lo cual ganaban muchísimo dinero. Una vez que el demonio se apartó de ella, sus dueños quedaron “ligeramente molestos” con Pablo y Silas; los arrastraron ante la corte y los acusaron de incitar a una rebelión popular. Se los sentenció a recibir unos cuantos latigazos y ser enviados a prisión.
“Seguramente me desmayé mientras me azotaban”, pensó Silas.
“Esto no es exactamente como la torre Trump, ¿no?”, dijo Pablo. Silas, esforzando su vista en la oscura celda, distinguió la forma de su amigo. Pablo, que estaba al otro lado de la habitación, también estaba encadenado. Sus pies, encerrados en grillos como los de Silas, estaban a una distancia de uno o dos metros de él. No podían acercarse.
Silas miró a su alrededor y alcanzó a distinguir las formas indefinidas de los otros prisioneros a lo largo de la celda. Podía escuchar los gemidos y quejidos de los demás en las otras celdas.
“Oh, no sé”, respondió. “¿Has intentado llamar al servicio de cuarto?”
Silas escuchó que Pablo reía por lo bajo, y luego emitía un quejido de dolor. También pudo detectar una mueca en la voz de Pablo cuando éste le preguntó: “¿Te duele mucho?”
“No, no. Me desmayé porque era muy aburrido, es todo... bueno, al menos no fue tan aburrido como uno de tus sermones.”
Pablo rió y luego se aclaró la garganta. “El padre Abraham tenía siete hijos...” comenzó a cantar. “Siete hijos tenía el padre Abraham...”
Silas se unió al canto: “...que nunca lloraban, que nunca reían, y lo único que hacían era... ¡ouch!” Un quejido de dolor se le escapó al tratar de levantar el brazo izquierdo en el aire. Ambos dejaron de cantar y comenzaron a reír. “Cantemos otra cosa.”
“Bien, ¿qué te parece algo de Amy Grant?”
“Sí,” respondió Silas, “¡y después podríamos cantar alguna de las de Carman!”
¿Te suena irreal esta conversación entre Pablo y Silas? Después de todo, acababan de ser falsamente acusados, azotados salvajemente y enviados injustamente a prisión. ¿A qué persona que estuviera en sus cabales se le ocurriría cantar alabanzas a Dios en estas condiciones? Bien, si realmente quieres saberlo, lee Hechos 16:16-40, donde se relata el concierto de alabanza de los muchachos de la celda del sector A (está bien, no cantaron nada de Amy Grant ni de Carman... pero tampoco hablaban español).
¿Cómo pudieron actuar de esa manera bajo circunstancias tan deprimentes? En realidad, la respuesta es sencilla: estaban viviendo la vida vertical y disfrutaban de la plenitud de gozo que de ella resulta (Salmo 16:11).
Vivir en sentido vertical no es garantía de que nunca conocerás penas ni tristezas, dificultades, decepciones o hasta tiempos de depresión; Jesús dijo: “En el mundo tendréis aflicción” (Juan 16:33); pero también dijo: “pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Juan 16:24).
Una de las recompensas de la vida vertical es un gozo que trasciende a las circunstancias, un gozo “que no pudieron sacarles a Pablo y a Silas con golpes, sino que brotó e inundó esa celda oscura en la medianoche, mientras sus pies estaban apresados en grillos y sus espaldas sufrían los golpes y heridas recibidas.”1
Si vives en sentido vertical, el gozo de Jehová es [tu] fuerza (Nehemías 8:10) aun cuando tu novio o tu novia te deje, o cuando tus padres se peleen, o cuando tu abuelita muera. No serás inmune a la tristeza ni al dolor en esos momentos, pero el gozo que te brinda la constante comunión con Dios permanecerá en ti (Juan 15:11) para fortalecerte (Nehemías 8:10), alentarte (Salmo 89:15, 16) y llenarte (Romanos 15:13).
El “gozo del Espíritu Santo” (1 Tesalonicenses 1:6) no es como ponerle ketchup al hígado; no hace simplemente que tus problemas y pruebas sean más fáciles de tragar. Es más como una lluvia que repentinamente cae “en tierra seca y árida donde no hay aguas” (Salmo 63:1); puede ser el comienzo de una fiesta de celebración en la prisión, una fiesta en la celda de una cárcel, y plantar un trocito de cielo en un rincón húmedo y oscuro.
En tus propias palabras
Algunos de los “versículos” que siguen no se encuentran en la palabra de Dios. Ve si puedes identificar a los impostores y tacharlos (comprueba tus respuestas buscando las referencias en tu Biblia):
“Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo” (Salmo 43:4).
“Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo” (1 Tesalonicenses 1:6).
“Pero ya no hay gozo en Simea; porque se ha ido el poderoso Cantor” (Salmo 151:12).
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22, 23).
“Causa de gozo perpetuo es la belleza” (Proverbios 12:35).
“...a quien [Jesucristo] amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso”
(1 Pedro 1:8).
“Yo tengo gozo, gozo, gozo en mi corazón...”
(1 Repeticiones 1:7).
“Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:11).
• Elige uno de los versículos citados anteriormente y medita en él durante unos momentos, en oración, pidiéndole a Dios que haga que la promesa de ese versículo se haga real en tu vida.